Los primeros años de la
vida del niño juegan un papel decisivo en su estructuración como persona y
representan un momento de cambio y esfuerzo constante.
Hasta mediados del siglo
XX, la figura del bebé como un ser pasivo y exclusivamente receptor de lo ofrecido
por el medio ha impregnado la visión social de la infancia temprana. Sin
embargo, el interés y el estudio sistemático de esos primeros años de vida
han revelado lo erróneo de esa antigua forma de pensar acerca de los bebés. La
estructuración de un bebé como persona empieza mucho antes de su nacimiento e,
inclusive, antes de su concepción; en efecto, comienza a partir del momento en
que los padres fantasean con la posibilidad de tener un hijo.
En esas fantasías, que no
necesariamente deben concretarse en lo inmediato, se asignan cualidades, deseos
y expectativas al "futuro" hijo, el que a partir del nacimiento dará
continuidad a la vida y anhelos de los padres. Todo será fantaseado a partir de
las experiencias infantiles que hayan vivido, de sus características
personales, del vínculo existente entre ellos y de sus lazos con el medio
social de referencia.
Sin embargo, la llegada del
nuevo miembro de la familia no es solamente la concreción de esos anhelos
paternos, ya que el bebé desde su propia singularidad, aportará sus únicas y
personales determinaciones, siendo estas de índole genéticas, congénitas,
predisposicionales o de carácter.
Desde unos meses antes del
nacimiento y otros tantos posteriores a este acontecimiento, la madre
establecerá el vínculo especial con el bebé; este vínculo la ayudará a
comprenderlo y a lograr responder adecuadamente a sus imperiosas necesidades.
Al respecto, cabe destacar que el comienzo de la vida extrauterina representa
para el neonato un gran esfuerzo, tanto desde el punto de vida biológico como
psicológico.
En este sentido, el bebé
tendrá que aprender, entre otras cosas, a regular la temperatura corporal por
sí mismo, a alimentarse, a respirar y a tolerar e interpretar una innumerable
cantidad de estímulos endógenos que son aquellos provenientes de su propio
cuerpo, y exógenos, es decir, los que están relacionados con el mundo exterior.
Esta es una tarea compleja
que sume al pequeño en una exigencia de adaptación continua que sólo podrá ser
llevada adelante con éxito a partir de lo que Freud denominó "auxilio
ajeno", brindado por la madre o cualquier otra persona que cumpla con esta
función.
De ahí en más comienza para
el niño la gran aventura de transformarse en persona, ya que como dice Silvia
Bleichmar, el "cachorro humano" es un proyecto de humanidad que sólo
podrá concretarse con la ayuda de un adulto que lo reconozca como tal y que lo
acompañe durante ese proceso. De modo, el bebé deberá recorrer un largo camino
de estructuración psicológica, psicomotriz y social.
Referencia Bibliográfica
Referencia Bibliográfica
Bruzzo, Mariana. (2008). Escuela para educadoras: enciclopedia de pedagogía práctica, nivel inicial. (1a ed.) Buenos Aires: Círculo Latino Austral.
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